Madrid,
19 de julio de 2002
Querido
primo Jorge, querida familia:
Respecto
a la primera carta (mi carta
dirigida al tío Pepe, tu padre). Es una carta curiosa, no me acuerdo que edad
podía tener yo entonces.
Al
principio de nuestra guerra civil vivimos todos en Los Molinos (pueblo muy cercano
a Cartagena). A mi padre lo destinaren a Cartagena como comandante del crucero
Méndez Núñez (los
marineros fieles a la República lo habían traído a Cartagena de la Guinea,
donde se encontraba en el momento del alzamiento militar). Los bombardeos en
Cartagena eran muy intensos, pues perseguían a la escuadra republicana, parte de
los barcos de la cual fondeaban en el puerto de la ciudad, y para librarnos de
ellos nos trasladaron a Los Molinos.
Alquilamos
una casa, que aún existe enfrente del paso a nivel del ferrocarril (este paso
creo que también existe aún a la entrada de Los Molinos). Toda la familia se trasladó a esta casa: los abuelos con los tíos Salvador y Pepe; la tía Josefina con Elo, Manolo y Salvador; y nosotros, mis padres, Alberto y yo.
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Manolo y Salvador Hernando
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La
casa tenía un pequeño jardín , donde jugábamos todos los niños, incluyendo los de los
vecinos. Me acuerdo que nuestro jardín estaba situado entre dos jardines
laterales con sus respectivas casas. En uno estaba la casa de un médico republicano, don César —que luego tuvo que emigrar
a América— y en el otro jardín, el más grande, la gran torre de don Arturo. En esta
torre nos refugiábamos todos durante los bombardeos (se abrió una nueva puerta
en nuestra cocina con salida al jardín de don Arturo y por ella salíamos todos
corriendo en dirección a la torre cuando tocaba la sirena).
En
esta casa pasamos unos meses difíciles y felices de nuestra temprana infancia. De ella tu padre se fue a la
guerra. Yo entonces creo que tenía 5 o 6 años y tu padre 15 o 16.
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Alberto y Jorge Prado |
Frecuentábamos el colegio del pueblo y
mi padre nos puso a todos los pequeños un maestro particular, hacíamos nuestros
pinitos y por esta razón creo que mi carta està escrita anteriormente a estas
fechas, pues deja mucho que desear.
De
aquellos tiempos recuerdo que tu padre era un joven dinámico, inquieto, con una gran curiosidad
por todo. En Los Molinos nos enseñaba muchas cosas a
los pequeños. Me acuerdo, por ejemplo, del juego de guerra de los barcos, él
mismo los hacía de papel. Se compenetraba mucho con nosotros,
pero no nos dejaba pasar
todo, pues éramos unos buenos elementos. Eso podía ser una de las causas de mi
carta-rabieta, yo entonces también era un buen punto filipino.
En
lo que se refiere a la novia Pepita lo más seguro es que fueran chiquilladas de niños. En cuando veíamos a los tíos
Salvador o Pepe hablando con alguna chica, ya decíamos que eran sus novias.
Pepe era un joven revoltoso, aunque
juicioso, inquieto y simpático. Era el menor de todos los hermanos y a menudo
le reían sus gracias.
Me acuerdo del abuelo, ya muy mayor, correr
detrás del tío con su bastón y todos nosotros, los pequeños, detrás del abuelo,
gritando: «¡Dale, dale fuerte!». Fue un tiempo duro, pero para nosotros los pequeños
muy feliz (por la edad) y del que me recuerdo bastante bien. Duró poco.
Te envío el texto que escribí sobre tu padre. La verdad que me da un poco de reparo y vergüenza, y no me puedo perdonar no habértelo dado en su debido momento. Lo tenía escrito
unos días antes de nuestro viaje a Cartagena en un papelito. Vicenta me ha
obligado a escribirlo en limpio. Refleja mis sentimientos hacia él y vuestra familia.
Don José Fernández Meroño
El tío Pepe, como cariñosamente le llamábamos los sobrinos y otros miembros de la familia, fue una bellísima persona, inteligente, instruido, sencillo y siempre dispuesto a ayudar a todos, aunque solo fuese con un consejo. Así era el tío Pepe.
Perteneció a una generación a la que le tocó vivir en tiempos muy difíciles. Con 17 años (quinta del biberón) fue llamado a las filas del Ejercito de la República aquí en Cartagena y poco tiempo después, al final de la Guerra Civil, todavía un chaval, pasó los Pirineos con las últimas unidades de este ejército para internarse en Francia.
En Francia pasó dificultades y calamidades, como muchos otros. Volvió a Cartagena, en los difíciles años de la postguerra. Creo una familia. Al final para encontrar trabajo y poder seguir manteniéndola família tuvo que marcharse a Terrassa, en Cataluña, con la ayuda de su mujer, familiares y amigos de aquellas tierras.
El tío Pepe formó una espléndida familia, muchos de los miembros de esa familia están hoy entre nosotros.
Quiso a Cataluña, pero nunca se olvidó de su Cartagena a la que amaba profundamente, cualquier noticia de Cartagena era interesante para él, por pequeña que fuese.
Por esta razón la idea de su hijo, hijas y de nuestros familiares de Terrassa, Barcelona, Zaragoza, de traer sus restos mortales (cenizas) a Cartagena y estar presentes aquí, en la ciudad que le vio nacer, su ciudad natal a la que tanto amaba, nos parece una buena idea, una bonita idea.
¡Gracias a todos!
Descanse en paz, querido tío, don José Fernàndez Meroño.
Saluda de mi parte y de Vicenta y
Jorge (mi hijo) a tu madre Teresa, Tona, Albert, hermanas y a todas sus simpáticas
familias.
Un abrazo,
Jorge