Este espacio está dedicado preservar la memoria del matrimonio cartagenero formado por Salvador Fernández Martínez y Josefa Meroño Cegarra, además de la de sus hijos e hijas y sus respectivos cónyuges, así como la de otros parientes más o menos cercanos, a fin de mantener más vivos los lazos familiares entre todos sus descendientes.



jueves, 4 de agosto de 2011

Pedro Prado Mendizábal

Pedro Prado Mendizábal

Pedro Prado Mendizábal en su despacho
del Estado Mayor de Marina en Barcelona, en 1938


Pedro Prado Mendizábal ingresó en la Escuela Naval Militar de San Fernando en 1919 y le fue otorgado el grado de alférez de navío en 1923.

Participó en la Guerra de Marruecos sirviendo en los buques Almirante Lobo, Cíclope y Alfonso XIII. Como recompensa a su actuación recibió la Cruz Roja al Mérito Naval y la Cruz Blanca al Mérito Militar.

Como teniente de navío sirvió en los buques Canguro y Jaime I, y en los submarinos B-2 y C-4, ya que en 1926 se especializó en el servicio en submarinos.

En 1931, al proclamarse la II República, obtuvo el cargo de secretario del ministro de Marina, función que desempeñó primero con José Giral y posteriormente con Lluís Companys. Durante este periodo recibió la legión de honor francesa.

En 1934, volvió al servicio activo incorporándose de nuevo al submarino C-4, pero en 1936, coincidiendo con el triunfo electoral del Frente Popular, reingresó en el ministerio como Jefe de la Secretaria Técnica.

Al iniciarse la Guerra Civil, recibió el encargo de tomar el mando de todos los barcos de guerra españoles que se encontraban en el puerto marroquí de Tánger. Al mando de esa escuadra, dirigió en bombardeo de Ceuta y Algeciras, desde su puesto de mando en el acorazado Jaime I.

Posteriormente le fue otorgado el cargo de máximo responsable de la Jefatura de Operaciones Navales de la República, nueva denominación para referirse al cargo de jefe de Estado Mayor de la Armada. Ejerció dicho cargo durante el gobierno de Largo Caballero, pero dimitió durante el gobierno de Indalecio Prieto por disensiones estratégicas. Al comprobar Prieto que se habían cumplido las previsiones negativas de Pedro Prado sobre las consecuencias de mantener la flota en el Mar Cantábrico en lugar de tenerla en el Mediterráneo, le pidió que volviera a hacerse cargo de su mando y que la trasladara a Cartagena, procediendo a su reorganización como jefe de Estado Mayor de la Marina Republicana. Cumplida esta misión, cesó en el cargo por voluntad propia.

Ascendido a capitán de corbeta, se le encomendó el mando del crucero Méndez Núñez en 1937 con el que participó en la batalla del Cabo de Palos en 1938.

Poco después, Indalecio Prieto le encargó que se dirigiera a Francia para hacerse cargo de varios buques de guerra españoles refugiados en puertos franceses del Cantábrico que el bando nacional pretendía que le fueran entregados. Consiguió éxito en su misión y los condujo hasta España donde se reincorporaron al bando republicano.

Cuando Juan Negrín se hizo cargo del Ministerio de Defensa, Pedro Prado fue nombrado de nuevo jefe de Estado Mayor de Marina de la República. Se instaló entonces en Barcelona desde donde ejerció su cargo casi hasta el final de la contienda.

En febrero de 1939, bajo el mando directo del general Vicente Rojo, gestionó el paso a territorio francés de las tropas del general Juan Modesto.

En el mismo año 1939 se desplazó desde Francia hasta la URSS, donde ingresó en la Escuela del Alto Estado Mayor del Ejército Rojo bajo el nombre de Boris Ivanovich Potapov. En 1941 obtuvo el grado de coronel del Ejército Rojo y en 1943 el de capitán de primer rango de la Marina de Guerra. Ejerció como profesor de Táctica y Arte Operativo en la Academia Militar Voroshilov.

A partir de 1944, como consecuencia de la deserción de un piloto de guerra republicano español, Stalin expulsó del ejército sovietico a todos los militares de origen español y Pedro Prado se dedicó entonces a la traducción de textos del ruso al español y a la inversa. En 1947, ingresó en la Editorial de Literatura Extranjera.

En 1960, se trasladó a Cuba, bajo el nombre de Juan Lamela, para asesorar a la Armada Cubana. Hasta 1977, dirigió la revista Información Técnica y Científica Naval.

Volvió a España de su exilio en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y Cuba en 1977. Se estableció en Madrid donde falleció el 21 de septiembre de 1985.

* * *

El historiador Luis Miguel Cerdera publicó en 2019 el libro Bajo cinco banderas: biografía de Pedro Prado Mendizabal. En sus casi 400 páginas da una información completa y detallada sobre la vida de nuestro familiar.






miércoles, 3 de agosto de 2011

Elisa Fernández Meroño

Elisa Fernández Meroño

Elisa Fernández Meroño

Elisa Fernández Meroño, segunda hija de Salvador Fernández y Josefa Meroño Cegarra, nació el 14 de junio de 1904 en Cartagena.

Contrajo matrimonio en 1929 con Pedro Prado Mendizábal, militar de Marina. Fruto de ese matrimonio fueron dos hijos y una hija: Jorge (1929), Alberto (1931) y Rosina (1935), nacidos los tres en Cartagena.

Falleció en Madrid el 3 de junio de 1983.

* * *

Su marido, Pedro Prado, había nacido en Lugo el 29 de julio de 1902 en una familia de cierta tradición militar, tanto por parte de padre como de madre. El padre, Juan Prado López, natural de Lugo, alcanzó el grado de comandante de caballería en el ejército «liberal». La madre, Esperanza Mendizábal Esparza, natural de Etxauri, era hija del coronel Juan Cruz Mendizábal del ejército carlista.

Pedro Prado desempeñó un papel importante como marino durante la Guerra Civil pues llegó a ser jefe de Estado Mayor de la Armada. En lo político, fue un hombre de ideas izquierdistas y republicanas. Ingresó en el Partido Comunista en 1936 y parece ser que llegó a pertenecer a su Comité Central.

En 1939, ingresó en la Escuela del Alto Estado Mayor del Ejército Rojo bajo el nombre de Boris Ivanovich Potapov. En 1941 obtuvo el grado de coronel del Ejercito Rojo y en 1943 el de capitán de primer rango de la Marina de Guerra. Ejerció como profesor de Táctica y Arte Operativo de la Academia Militar Voroshilov.

A partir de 1944, se dedicó a la traducción del ruso al español y a la inversa. En 1947, ingresó en la Editorial de Literatura Extranjera.

En 1960, se trasladó a Cuba, bajo el nombre de Juan Lamela, para asesorar a la Armada Cubana. Hasta su regreso a España en 1977, dirigió la revista Información Técnica y Científica Naval.

Falleció en Madrid el 21 de septiembre de 1985.

martes, 2 de agosto de 2011

Manuel Hernando Saiz


Manuel Hernando Saiz



Reproduzco un texto de Manuel García Hernando, nieto de los biografiados.

Historia de Manuel Hernando Saiz y Josefina Fernández Meroño

Manuel Hernando Saiz nació en Cuenca, el día 31 de diciembre de 1891, hijo único de Gervasio Hernando Gutiérrez y Eloísa Saiz Segovia, familia muy religiosa y emparentada con el Obispo de Cuenca. Huérfano de padre desde corta edad —su padre que era militar murió a la vuelta de la guerra de Cuba—, ingresó en el colegio de huérfanos militares Reina María Cristina de donde salió para presentarse voluntario al ejército. Fue filiado el 17 de enero de 1911 destinado en el batallón de cazadores Figueras nº 6 quedando en la plaza de Madrid.

En 1912 marchó al Real Sitio de San Ildefonso (Segovia) con el fin de prestar servicio en la Guardia Real.

En enero de 1913, fue destinado a África, embarcado en el Vapor Sister con rumbo a Larache, desembarcando en Arcila donde mantuvo continuos combates y escaramuzas con los rifeños durante seis años en distintas misiones y destinos. En el año 1919 fue destinado a Alicante y en 1920 se le destina a Cartagena, al Regimiento de Infantería de Sevilla nº 33. Allí recibió la felicitación del Rey Alfonso XIII por la excelente preparación de su unidad en unos ejercicios militares en Almansa.

El 24 de julio de 1921 (como consecuencia del desastre de Anual en el protectorado de Marruecos. Melilla quedó sitiada por las fuerzas moras del Rif) y por orden del Ministro de la Guerra su unidad fue embarcada urgentemente para trasladarla a Melilla. Participó en múltiples acciones de la guerra de Marruecos, llegando en ocasiones a la lucha cuerpo a cuerpo. Participa en la toma de Monte Gurugú a las órdenes del General Don José Sanjurjo, en la defensa de la mar chica de Melilla, en la toma de Nador, etc. Por ello recibió condecoraciones, honores y ascensos, llegando Capitán.
 
Después de la toma de Aflaté y la ocupación de Segargan, el 1 de diciembre de 1921 ingresó en el Hospital Doker de Melilla donde permaneció hasta el 12 de enero de 1922 cuando fue evacuado en el vapor Alicante a Málaga, donde ingreso en el Hospital civil Urquijo permaneciendo hasta el 17 de marzo, marchando con un mes de licencia a Cuenca y Cartagena. Hay una foto de los Marqueses de Urquijo, fechada el 26 de marzo, en recuerdo de su paso por Málaga «a nuestro buen amigo D. Manuel Hernando».

En 1922 por R. O. del 7 de agosto nº 176 se le concedió licencia para contraer matrimonio con Josefina Fernández Meroño, natural de Cartagena y el 21 de Agosto se le expidió y entrego certificado de soltería.

En 1927 es destinado a Murcia y en 1929 es destinado a la zona de Reclutamiento en Madrid.

Se retiró del ejército en el año 1931 con el grado de Comandante, por la ley de Azaña, y fijó su residencia en Madrid. Estaba en posesión de la más alta condecoración militar individual después de laureada de San Fernando, la Cruz del Mérito Militar individual con distintivo rojo, concedida por acciones de guerra durante 1914, y de otras muchas: la Medalla Militar de Marruecos (1917), Pasador de Melilla (1922), Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo (1922), distintivo creado por haberse concedido al Bor Expedicionario del Regimiento, la Medalla Mar (1923), Pasador de Larache sobre la Medalla Militar de Marruecos (1926), la Medalla de La Paz de Marruecos (1928), la Cruz de la Real Orden de San Hermenegildo (1930)…

(La hoja de servicios sacada del archivo militar del ejército en Segovia consta de treinta páginas muy detalladas, de las que he extraído lo que consideraba, dejando para el final algo que a todo militar se le presupone por el hecho de serlo «El Valor» y él, lo tenía en su apartado correspondiente dos veces «Acreditado».

De su matrimonio tuvo tres hijos, la mayor Eloísa (mi madre), Manolo y Salvador, todos casados y con hijos.


Eloísa y Manolo Hernando Fernández paseando por las calles de Madrid 
llevados de la mano por su padre, Manuel Hernando Saiz.

La guerra le sorprendió en Madrid, vivían en la calle Blasco de Garay nº 25 perpendicular a la calle Alberto Aguilera. El 15 de octubre de 1936, a las seis de la mañana, la policía acompañada por algunos milicianos llamaron a su puerta —delante de su mujer e hijos, la mayor Eloísa de 12, Manolo de 8 y Salvador de 4 años— y se lo llevaron preso con la excusa de que tenía que declarar en comisaría. De allí pasó a la cárcel de mujeres y por último a la Modelo, de donde fue sacado para fusilarlo el 24 de noviembre en Paracuellos del Jarama.

Ellos, mis abuelos Manolo y Josefina, sabían que aquella noche iba a ir la policía, los porteros que eran buenas personas los habían avisado, pensaran que era para un registro por lo que pasaron parte de la noche rompiendo cartas, estampas de santos y escondiendo rosarios y demás objetos religiosos que pudieran comprometer a ellos, amigos y familiares. Pero no imaginaban que era para darle el paseo. Tuvo la suerte que uno de los policías que iban lo conocía y le dijo a su mujer, usted no se preocupe que Don Manuel llega vivo a la cárcel; los demás que van en el coche, no sé.

Josefina lo volvió a ver una vez en la cárcel Modelo, acompañado de sus hijos Eloísa y Manolo. Él le dijo que se encontraba bien, que tenía auxilio físico y espiritual y quería ver al pequeño. (Cito esto porque con el paso de los años, cuando intentaban saber algo de él, recordaron esta frase y buscaron al carnicero que había estado en su misma celda. Este había sido fusilado, pero el cura que también estaba con ellos había sobrevivido y después de muchos esfuerzos fue localizado —gracias al Arcipreste Don Gabriel de la iglesia de Santa María de Cartagena— y testificó que a Manuel Hernando lo habían fusilado en Paracuellos del Jarama.) Cuando Josefina regresó para verlo otro día con el pequeño Salvador, ya no lo encontró, le hicieron comentarios muy desagradables y nunca volvió a verlo.

Las fuerzas nacionales, llegaron hasta la Ciudad Universitaria, Moncloa y Hospital Clínico. Como los bombardeos eran continuos, la zona de la Calle Princesa con el cruce de Alberto Aguilera, donde actualmente se encuentra el Corte Inglés, fue declarada zona del frente de guerra evacuándose a todos los vecinos que residían por aquellas calles. Josefina con sus tres hijos y algo de ropa dejó la casa con todos sus muebles y enseres, marchándose a vivir a casa de Carmen Gutiérrez de la Vega —la hermana del tío Fernando—, en la calle Castellón, quien tuvo la generosidad de admitirlos hasta principios del año 1937. Allí pasaron las Navidades del año 1936, con la mayor tristeza y austeridad, no solo por no saber nada de su marido, sino porque además Madrid era una ciudad prácticamente sitiada, con escasez de alimentos y de casi todo, presa del terror y la anarquía desatada por el golpe de estado de los comunistas y anarquistas contra el propio gobierno de la República.

La situación de Madrid era cada vez peor, la guerra continuaba y la vida de Josefina era cada vez más insostenible por todo ello y por no darle nadie noticias del paradero de su marido y los comentarios que recibía eran cada vez más pesimistas pues se decía que los asesinatos y paseos eran cada vez más incontrolados. Desesperada, decidió acudir a pedirle ayuda al General Miaja, Jefe del estado Mayor del ejército de la República, pues Manuel Hernando había estado destinado con él durante su estancia en Murcia.

No sé de qué manera llegó hasta la antesala del despacho del General, en el ministerio de la guerra en la Plaza de Cibeles. En la puerta un ordenanza y un capitán le prohibieron el paso, ella les contó lo sucedido y les pidió llorando que les dejaran ver al General. Me imagino que, jugándose la vida, la dejaron pasar o que, en un descuido, ella se coló en el despacho del General al mando de todo el Ejercito de la República. Contaba Josefina que el General estaba de espaldas viendo con otro militar unos planos que se encontraban sobre la mesa y que, al darse cuenta de su presencia, se volvió sorprendido, con gesto de extrañeza, preguntándole: «¿Quién es usted y qué hace aquí?» Mi abuela se presentó y le recordó que su marido Manuel Hernando había estado destinado con él en Murcia, al mismo tiempo que le contaba su desesperada situación en Madrid, con tres hijos y sin saber nada de su marido, Miaja le pregunto si militaba en algún partido político, sindicato u organización de cualquier  tipo. Josefina le respondió que no, él hizo dos llamadas y con gesto serio le comunicó: «Yo no sé donde está su marido, lo único que puedo hacer es darle un pasaporte o salvoconducto militar para que pueda usted salir de Madrid y llegar a Cartagena con sus padres». Josefina accedió, dándole las gracias, a lo que él le contestó: «Que tenga usted suerte, todos la vamos a necesitar».

De esta forma salió de Madrid con lo puesto, y tardó tres días en llegar a Cartagena, para refugiarse en la calle Medieras, en la casa donde vivían sus padres y hermanos.

Durante el primer año de estancia en Cartagena, la vida trascurrió con relativa tranquilidad, la casa estaba bajo la protección de Pedro Prado Mendizábal, marido de su hermana Elisa, una autoridad en aquellos momentos.

Los primos Alberto Jorge, Rosina y Eloísa, Manolo y Salvador, jugaban juntos e iban todos al mismo colegio, estos últimos tenían algunos problemas con un maestro que los intimidaba, los tachaba de fascistas, llegando a expulsarlos del colegio hasta que alguien de la familia, o algún amigo, le dejó algunas cosas claras, los volvieron a readmitir y a partir de aquel momento no los molestaron más.

Como los bombardeos de Cartagena eran cada vez más intensos y largos —uno duró hasta cinco horas— la familia decidió irse a vivir al Barrio Peral, una zona en aquel entonces alejada del centro de Cartagena y más tranquila, sin ningún peligro.

Al ser destinado Pedro Prado a Barcelona, la vida de Josefina y sus hijos se volvió más insegura, los comunistas, los sindicatos y la policía preguntaban cada vez más por ellos y los acusaban de fascistas y espías. Hasta tal punto que su padre, Don Salvador Fernández, decidió mandarlos a vivir a la casa de unos familiares en la Puebla de Don Fadrique, donde pasaron el último año de la guerra relativamente escondidos.

Su padre y sus hermanas así como el resto de la familia, siempre se preocuparon de ayudarles en todo lo humanamente posible dentro de las dificultades que tenía en general, en un país que se encontraba en los últimos meses de la Guerra Civil.

Hay cartas de toda la familia, así como envió de paquetes, dirigidas a Josefina interesándose por ella y sus hijos, Lola, Carmen y sus padres. En una de ellas Don Salvador Fernández le dice a su hija que no coja ningún dinero de nadie, que él ya lo tiene todo pagado, y que ese dinero es Republicano y no valdrá nada dentro de poco tiempo.

En esas circunstancias terminó la guerra y Josefina volvió a Cartagena, a casa de sus padres. Posteriormente alquiló un tercer piso en la calle Cuatro Santos nº 31, en un edificio cuya la fachada aún se conserva porque el Ayuntamiento lo está rehabilitando.

Con el paso de los años en 1955 o 1960, no conozco la fecha exacta, se demostró que Don Manuel Hernando Saiz, había sido asesinado el 26 de noviembre en Paracuellos (existiendo numerosos testimonios y declaraciones, dejó de ser «desaparecido») y se le reconoció a Josefina su situación oficial, el estado civil de viuda, y se le otorgó la pensión correspondiente, con lo que su vida cambio a mejor.

Esta biografía está sacada de la Hoja de Servicio de mi abuelo, las cartas de la familia, así como de las historias contados por mi abuela, mi madre y mis tíos.



Josefina Fernández Meroño



El primer hijo del matrimonio entre Salvador Fernández Martínez y Josefa Meroño Cegarra fue una niña, Josefa Fernández Meroño.

Nació el 5 de febrero de 1903 y falleció el 22 de diciembre de 1993.


Josefina Fernández Meroño el día de su primera comunión


Contrajo matrimonio con Manuel Hernando y tuvo tres hijos: Eloísa, Manolo y Salvador Hernando Fernández.


Manuel Hernando Saiz y Josefina Fernández Meroño el día de su matrimonio.


Eloísa Hernando Fernández contrajo matrimonio con Manuel García López el año 1947. De su unión nacieron: Manuel (1948), Eloísa (1950) y María José García Hernando (1959).

Manuel García Hernando contrajo matrimonio con María Teresa Hernández Ferrándiz Tienen tres hijos: Manolo, María Teresa y José Ignacio García Hernández.

Eloísa García Hernando contrajo matrimonio con Antonio de Velasco Muñoz. Tienen dos hijos: Antonio y Eloísa.

María José García Hernando contrajo matrimonio con  Gabriel Juan Martínez-Valera y González. De su unión han nacido: Rocío y Javier Martínez-Valera García.


Manolo Hernando Fernández contrajo matrimonio con Maruja Rojo García. Tuvieron dos hijos: José Manuel (1961) y Jorge Hernando Rojo (1966-2023).

José Manuel Hernando Rojo contrajo matrimonio con Patricia Silgeström Laredo. De su unión han nacido Gonzalo y Patricia Hernando Silgeström.

Jorge Hernando Rojo contrajo matrimonio con Elvira. Tuvieron dos hijas. 


Salvador Hernando Fernández (1932-1991) contrajo matrimonio con María Asunción Fernández Salas. Tuvieron tres hijas y dos hijos: María Asunción, Salvador, Esther, César y Cristina Hernando Fernández.


Una reflexión sobre estas notas biográficas

Guardo el recuerdo de ciertos días especiales en mi niñez. Como todos los niños, pero mis recuerdos no son ni el de algún día de mi santo ni el de alguno de mis cumpleaños ni siquiera de uno de reyes. Recuerdo especialmente días como aquel en que mi padre empezó a construir un pesebre que nunca sería superado, aquellos de semana santa en que llegaba el tío Fernando desde Figueras con toda su familia, aquel en que el tío Salvador me llevó a los toros para consolarme de una heridilla que me había hecho o aquel en el que dormí con la tía Josefina en su cama porque en mi casa estaban de parto…

Mi padre construyó ese pesebre que he mencionado ensamblando primero unos listones de madera, luego, en días sucesivos, superpuso a esa estructura papel de periódico mojado, después la cubrió con escayola y cuando estuvo seca la pintó. En resultado fue una cueva de Belén, inserta en una montaña. A su alrededor, y por encima, colocó esas casitas blancas de techos semiesféricos, árboles y una multitud de figurillas de barro cocido…

Respecto al tío Fernando, recuerdo que un año por Semana Santa, nada más llegar, nos reunió a toda la chiquillería y entramos en una confitería de las Puertas de Murcia de donde salimos cargados de golosinas --que supongo que mi madre me requisó-- y otra día nos llevó a toda la familia a comer al Gran Hotel donde probé por primera vez la rareza que era entonces el agua mineral con gas. Y lo simpática que era Marilola con quién yo decía que me casaría cuando fuera mayor… Y la visita de la prima Montserrat Deulofeu que, para mi sorpresa, se llamaba igual que la virgen que había en la cabecera de la cama de mis padres…

Hay imágenes que tengo grabadas como el día que me encontré con mi primo Salvadorete en medio de la calle xxx, siempre solitaria, de frente y por sorpresa. Una cosa bien vulgar, ¿verdad?, pero lo estoy viendo en mi mente como en una fotografía.

O un día en que con mi madre fuimos de visita a casa de mi primo Manolo, el de Maruja, y estuve jugando mucho rato con José Manuel, pocos días antes de marchar de Cartagena… y era muy consciente que no volvería a verle en años. O el día en que Manolo, el de Eloísa, nos enseñó un montón de cosas que había traído de Estados Unidos y me regaló un descapotable que funcionaba con pilas. O cuando mi primo Alberto llegó de Rusia y estaba sentado en un sillón rojo de mi casa leyendo un libro en alfabeto cirílico, o el día en que mi madre y Carmen, que me pareció guapísima, fueron a la Iglesia a ver los pasos y yo les acompañé.

¡Hay tantas imágenes y escenas de ese tipo grabadas en mi mente! Pero hay una que corresponde a una situación que me marcó especialmente. Fue en el piso de la tía Josefina. Primero entre cuatro hombres subieron por las escaleras a mi abuela Pepa, sentada en un sillón. Luego debieron subir de la misma manera a sus hermanas. Y, por fin, las tres abuelas quedaron sentadas al fondo del salón rodeadas de sus hijos e hijas, sobrinos y sobrinas, nietos y nietas. ¿Cómo explicarlo? Ese día nació mi concepto de lo que es una familia, un concepto –en este tiempo de familias monoparentales— quizá totalmente anacrónico, lo sé.

Esos fueron los días especiales de mi infancia. No aquellos en los que pude recibir algún regalo o atención, sino aquellos en los que sentí la vinculación familiar con emoción intensa. Y el alejamiento prolongado y la nostalgia los convirtieron en míticos.

El tiempo pasa y uno se da cuenta que el día menos pensado puede dejar este mundo sin dejar testimonio de esas vivencias a los que nos sucederán. Por eso, un día, no hace mucho, cuando en casa de Marilola y Manolo, en Rosas, viví una de esos días inolvidables, dije que escribiría un libro sobre la familia.

Escribir un libro así –lo he comprobado— no es fácil, nuestra vida, la vida de las personas normales y corrientes se compone de un hecho o dos destacables, a lo sumo, y de un montón de días normales y corrientes.

¿Explicar anécdotas? No sé. Explicadas por la misma persona que las tuvo, o por sus más allegados, a la familia, pudieron ser graciosas o sorprendentes. Explicadas por otros, descontextualizadas, pueden resultar irrelevantes o, aún peor, irrespetuosas.

En el caso de los hombres se puede mencionar la vida profesional, en el de las mujeres –las mujeres al estilo de antes— ni siquiera eso, su vida es la de madre de familia, conocida de todos, no idéntica para cada mujer, pero paralela en lo esencial: atender al marido, cuidar de la casa, tener y criar a los hijos. ¿Me equivoco?

Lo interesante sería, además, describir a la persona en su psicología, analizar los motivos de su conducta, evaluar si alcanzó al final de su vida los objetivos que se marcó en su juventud y esa es una tarea que me veo incapaz de realizar y que, quizá, en el caso de ser capaz de hacerla me haría traspasar los límites de aquello que debe permanecer en la esfera de lo íntimo.

En fin, en este espacio virtual, quiero trazar, brevemente, en simples perfiles, lo que sé y –sobre todo— aquello que me hicieron saber sobre la familia… Y poner fotos, muchas fotos, para que nuestros recuerdos perduren un poco más nítidos y para que nuestros hijos sepan cómo eran algunos de sus antepasados y para que quizá entrevean algún rasgo de estos en sus propios rostros. 

José Meroño y su hijo Isidro rememorados por José Fernández Meroño

José e Isidro Meroño

«…me mandaba a buscarlo al Café Suizo donde había una sala
grandísima, con tanto humo que parecía que hubiese niebla…»





Terrassa, 12 de diciembre de 1994

Querido Manolo: Perdona el retraso en contestarte. He pasado un periodo de baja forma y encima ahora un resfriado tremendo. Nunca tengo demasiados ánimos. Ha habido épocas en que me mareaba por la calle, y llevaba como ayuda unas pastillas de nitroglicerina y un botellín de whisky. Y eso que antes me hacía despacito unos paseos de varios kilómetros. Me doy cuenta que el declive se acentúa.

Me ha hecho gracia el árbol genealógico. En parte has venido a sustituir al primo Isidro, que sabía todos los detalles de la familia. En hoja aparte te cuento los detalles que conozco y algo que me contó mi padre (tu abuelo Salvador) de mi abuelo, y algo que le oí a Isidora.

Por la foto que me mandas de los granaderos, veo que no se pierde el entusiasmo, pues hay una serie de buenos mozos. Recuerdo que cuando estaba en Cartagena había dificultad en encontrar jóvenes para los granaderos y los judíos.

Muchas cosas de las que me envías se las doy a mi hijo Jorge que veo que las aprecia. Me mandas un plano de Cartagena, con el que les indicaré a él y a Maite en donde nacieron.

Lo que me ha gustado mucho son las postales de la antigua Cartagena.

Ya te telefonearé el día de tu santo y hablaremos un poco, mientras tanto os deseamos unas felices Navidades y mucha salud.

Pepe

Un fuerte abrazo de Teresa.

Un día de estos te pondré un giro para que compres flores…



El abuelo Meroño

El abuelo Meroño era maestro mayor de calafates —en aquella época no había ingenieros navales que no fuesen de la Armada— y el general del Arsenal lo llamaba con frecuencia para consultarle.
Hubo un buque que decían produciría perdidas el desguazarlo. Se lo consulto el general del Arsenal. El abuelo pidió un almacén del que sólo él tuviese llave, y un equipo de dirección de su confianza. No hubo pérdidas y sí beneficios, y le concedieron una condecoración.
Debía tener una categoría equivalente a otra militar o de marina porque, cuando murió, a su entierro fueron tropas de marinería.
Se ve que era muy conocido y apreciado.
Yo me acuerdo del tío Isidro, hermano de mi madre. Era alto y más corpulento que el primo Gregorio. Su mujer, la tía Soledad [¿Salvadora?], venía un día a la semana a nuestra casa y, a una hora determinada, me mandaba a buscarlo al Café Suizo (en la calle Mayor) donde había una sala grandísima, con tanto humo que parecía niebla, y sólo se oía como una ametralladora, los golpes de las fichas de dominó. Y el tío Isidro de venía conmigo y me daba una perra gorda (diez céntimos) de propina. Tenía una voz gruesa, pero hablaba despacio y con voz un poco temblona.
Te he contado esto porque imagino que el abuelo Meroño debía ser muy parecido.
En la prueba de un barco recién construido, notaron al probarlo que cabeceaba y le pidieron que fuese a una nueva prueba. Se puso en la proa y con el cabeceo del buque cayó al agua en altamar. Era muy querido y rápidamente llegaron operarios a su casa y dijeron: «Preparen botellas de agua caliente —eran cosas de la época—, el maestro Meroño se ha caído agua».
Al poco llegó a la casa en una tartana —los taxis de la época— y cuando le desnudaron vieron que, gracias a una camiseta y unos calzoncillos de bayeta, el agua no le había mojado el cuerpo

P.S. Releo esto al día siguiente de escribirlo y creo que me he pasado en mis recuerdos, pero creí que te gustaría saber cómo era tu bisabuelo. Un hombre bueno, recto y muy estimado. Yo lo he pasado bien al recordarlo.

lunes, 1 de agosto de 2011

Confecciones Carthago

Confecciones Carthago
Anuncio de Confecciones Carthago, 1934

Anuncio de Confecciones Carthago, 1951

Confecciones Carthago fue una empresa que fundaron, si no estoy mal informado, los cuñados Salvador Fernández Martínez y Arturo Gómez García. Posteriormente pasó a ser propiedad en exclusiva de Arturo Gómez y, más adelante, de su hijo Arturo Gómez Meroño. Allí también trabajaron Gregorio Gómez Meroño y Miguel Hernández Gómez, primo de los dos hermanos, que fue alcalde de Cartagena entre 1949 y 1960.


Propaganda de Confecciones Carthago, 1959

Confecciones Carthago tuvo de fama más allá del ámbito Cartagena por la calidad de sus gabardinas.


Cartagena


Calle Mayor

Puertas de Murcia

La mayoría de los que aparecen o aparecerán en las entradas de este espacio virtual hemos nacido en Cartagena, pero también los que no nacieron en esta ciudad guardan fuertes vínculos emocionales con sus gentes, con su ambiente, con sus calles...

Estas fotos pertenecen posiblemente a la época en que los hermanos Fernández Meroño paseaban por sus calles... A veces me he complacido en imaginarlos cuando las recorrían de niños, con toda una vida por delante.