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«…me mandaba a buscarlo al Café Suizo donde había una sala
grandísima, con tanto humo que parecía que hubiese niebla…»
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Terrassa, 12 de diciembre de 1994
Querido Manolo: Perdona el retraso en contestarte. He pasado un periodo de baja forma y encima ahora un resfriado tremendo. Nunca tengo demasiados ánimos. Ha habido épocas en que me mareaba por la calle, y llevaba como ayuda unas pastillas de nitroglicerina y un botellín de whisky. Y eso que antes me hacía despacito unos paseos de varios kilómetros. Me doy cuenta que el declive se acentúa.
Me ha hecho gracia el árbol genealógico. En parte has venido a sustituir al primo Isidro, que sabía todos los detalles de la familia. En hoja aparte te cuento los detalles que conozco y algo que me contó mi padre (tu abuelo Salvador) de mi abuelo, y algo que le oí a Isidora.
Por la foto que me mandas de los granaderos, veo que no se pierde el entusiasmo, pues hay una serie de buenos mozos. Recuerdo que cuando estaba en Cartagena había dificultad en encontrar jóvenes para los granaderos y los judíos.
Muchas cosas de las que me envías se las doy a mi hijo Jorge que veo que las aprecia. Me mandas un plano de Cartagena, con el que les indicaré a él y a Maite en donde nacieron.
Lo que me ha gustado mucho son las postales de la antigua Cartagena.
Ya te telefonearé el día de tu santo y hablaremos un poco, mientras tanto os deseamos unas felices Navidades y mucha salud.
Pepe
Un fuerte abrazo de Teresa.
Un día de estos te pondré un giro para que compres flores…
El abuelo Meroño
El abuelo Meroño era maestro mayor de calafates —en aquella época no había ingenieros navales que no fuesen de la Armada— y el general del Arsenal lo llamaba con frecuencia para consultarle.
Hubo un buque que decían produciría perdidas el desguazarlo. Se lo consulto el general del Arsenal. El abuelo pidió un almacén del que sólo él tuviese llave, y un equipo de dirección de su confianza. No hubo pérdidas y sí beneficios, y le concedieron una condecoración.
Debía tener una categoría equivalente a otra militar o de marina porque, cuando murió, a su entierro fueron tropas de marinería.
Se ve que era muy conocido y apreciado.
Yo me acuerdo del tío Isidro, hermano de mi madre. Era alto y más corpulento que el primo Gregorio. Su mujer, la tía Soledad [¿Salvadora?], venía un día a la semana a nuestra casa y, a una hora determinada, me mandaba a buscarlo al Café Suizo (en la calle Mayor) donde había una sala grandísima, con tanto humo que parecía niebla, y sólo se oía como una ametralladora, los golpes de las fichas de dominó. Y el tío Isidro de venía conmigo y me daba una perra gorda (diez céntimos) de propina. Tenía una voz gruesa, pero hablaba despacio y con voz un poco temblona.
Te he contado esto porque imagino que el abuelo Meroño debía ser muy parecido.
En la prueba de un barco recién construido, notaron al probarlo que cabeceaba y le pidieron que fuese a una nueva prueba. Se puso en la proa y con el cabeceo del buque cayó al agua en altamar. Era muy querido y rápidamente llegaron operarios a su casa y dijeron: «Preparen botellas de agua caliente —eran cosas de la época—, el maestro Meroño se ha caído agua».
Al poco llegó a la casa en una tartana —los taxis de la época— y cuando le desnudaron vieron que, gracias a una camiseta y unos calzoncillos de bayeta, el agua no le había mojado el cuerpo
P.S. Releo esto al día siguiente de escribirlo y creo que me he pasado en mis recuerdos, pero creí que te gustaría saber cómo era tu bisabuelo. Un hombre bueno, recto y muy estimado. Yo lo he pasado bien al recordarlo.
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