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Manuel Hernando Saiz |
Reproduzco un texto de Manuel García Hernando,
nieto de los biografiados.
Historia
de Manuel Hernando Saiz y Josefina Fernández Meroño
Manuel Hernando Saiz nació en Cuenca, el día 31 de
diciembre de 1891, hijo único de Gervasio Hernando Gutiérrez y Eloísa Saiz Segovia,
familia muy religiosa y emparentada con el Obispo de Cuenca. Huérfano de padre desde
corta edad —su padre que era militar murió a la vuelta de la guerra de Cuba—,
ingresó en el colegio de huérfanos militares Reina María Cristina de donde
salió para presentarse voluntario al ejército. Fue filiado el 17 de enero de
1911 destinado en el batallón de cazadores Figueras nº 6 quedando en la plaza
de Madrid.
En 1912 marchó al Real Sitio de San Ildefonso
(Segovia) con el fin de prestar servicio en la Guardia Real.
En enero de 1913, fue destinado a África, embarcado
en el Vapor Sister con rumbo a Larache, desembarcando en Arcila donde
mantuvo continuos combates y escaramuzas con los rifeños durante seis años en
distintas misiones y destinos. En el año 1919 fue destinado a Alicante y en
1920 se le destina a Cartagena, al Regimiento de Infantería de Sevilla nº 33. Allí
recibió la felicitación del Rey Alfonso XIII por la excelente preparación de su
unidad en unos ejercicios militares en Almansa.
El 24 de julio de 1921 (como consecuencia del
desastre de Anual en el protectorado de Marruecos. Melilla quedó sitiada por las
fuerzas moras del Rif) y por orden del Ministro de la Guerra su unidad fue
embarcada urgentemente para trasladarla a Melilla. Participó en múltiples
acciones de la guerra de Marruecos, llegando en ocasiones a la lucha cuerpo a
cuerpo. Participa en la toma de Monte Gurugú a las órdenes del General Don José
Sanjurjo, en la defensa de la mar chica de Melilla, en la toma de Nador, etc.
Por ello recibió condecoraciones, honores y ascensos, llegando Capitán.
Después de la toma de Aflaté y la ocupación de
Segargan, el 1 de diciembre de 1921 ingresó en el Hospital Doker de Melilla
donde permaneció hasta el 12 de enero de 1922 cuando fue evacuado en el vapor Alicante
a Málaga, donde ingreso en el Hospital civil Urquijo permaneciendo hasta el
17 de marzo, marchando con un mes de licencia a Cuenca y Cartagena. Hay una
foto de los Marqueses de Urquijo, fechada el 26 de marzo, en recuerdo de su
paso por Málaga «a nuestro buen amigo D. Manuel Hernando».
En 1922 por R. O. del 7 de agosto nº 176 se le
concedió licencia para contraer matrimonio con Josefina Fernández Meroño,
natural de Cartagena y el 21 de Agosto se le expidió y entrego certificado de
soltería.
En 1927 es destinado a Murcia y en 1929 es
destinado a la zona de Reclutamiento en Madrid.
Se retiró del ejército en el año 1931 con el grado
de Comandante, por la ley de Azaña, y fijó su residencia en Madrid. Estaba en
posesión de la más alta condecoración militar individual después de laureada de
San Fernando, la Cruz del Mérito Militar individual con distintivo rojo,
concedida por acciones de guerra durante 1914, y de otras muchas: la Medalla Militar de Marruecos (1917), Pasador de Melilla (1922), Cruz del Mérito Militar con
distintivo rojo (1922), distintivo creado por haberse concedido al Bor Expedicionario
del Regimiento, la Medalla Mar (1923), Pasador de Larache sobre la Medalla
Militar de Marruecos (1926), la Medalla de La Paz de Marruecos (1928), la Cruz de
la Real Orden de San Hermenegildo (1930)…
(La hoja de servicios sacada del archivo militar del
ejército en Segovia consta de treinta páginas muy detalladas, de las que he
extraído lo que consideraba, dejando para el final algo que a todo militar se
le presupone por el hecho de serlo «El Valor» y él, lo tenía en su apartado
correspondiente dos veces «Acreditado».
De su matrimonio tuvo tres hijos, la mayor Eloísa
(mi madre), Manolo y Salvador, todos casados y con hijos.
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Eloísa y Manolo Hernando Fernández paseando por las calles de Madrid
llevados de la mano por su padre, Manuel Hernando Saiz.
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La guerra le sorprendió en Madrid, vivían en la
calle Blasco de Garay nº 25 perpendicular a la calle Alberto Aguilera. El 15 de
octubre de 1936, a
las seis de la mañana, la policía acompañada por algunos milicianos llamaron a
su puerta —delante de su mujer e hijos, la mayor Eloísa de 12, Manolo de 8 y
Salvador de 4 años— y se lo llevaron preso con la excusa de que tenía que
declarar en comisaría. De allí pasó a la cárcel de mujeres y por último a la Modelo,
de donde fue sacado para fusilarlo el 24 de noviembre en Paracuellos del
Jarama.
Ellos, mis abuelos Manolo y Josefina, sabían que
aquella noche iba a ir la policía, los porteros que eran buenas personas los
habían avisado, pensaran que era para un registro por lo que pasaron parte de
la noche rompiendo cartas, estampas de santos y escondiendo rosarios y demás
objetos religiosos que pudieran comprometer a ellos, amigos y familiares. Pero
no imaginaban que era para darle el paseo. Tuvo la suerte que uno de los
policías que iban lo conocía y le dijo a su mujer, usted no se preocupe que Don
Manuel llega vivo a la cárcel; los demás que van en el coche, no sé.
Josefina lo volvió a ver una vez en la cárcel
Modelo, acompañado de sus hijos Eloísa y Manolo. Él le dijo que se encontraba
bien, que tenía auxilio físico y espiritual y quería ver al pequeño. (Cito esto
porque con el paso de los años, cuando intentaban saber algo de él, recordaron
esta frase y buscaron al carnicero que había estado en su misma celda. Este
había sido fusilado, pero el cura que también estaba con ellos había
sobrevivido y después de muchos esfuerzos fue localizado —gracias al Arcipreste
Don Gabriel de la iglesia de Santa María de Cartagena— y testificó que a Manuel
Hernando lo habían fusilado en Paracuellos del Jarama.) Cuando Josefina regresó
para verlo otro día con el pequeño Salvador, ya no lo encontró, le hicieron
comentarios muy desagradables y nunca volvió a verlo.
Las fuerzas nacionales, llegaron hasta la Ciudad
Universitaria, Moncloa y Hospital Clínico. Como los bombardeos eran continuos,
la zona de la Calle Princesa con el cruce de Alberto Aguilera, donde
actualmente se encuentra el Corte Inglés, fue declarada zona del frente de
guerra evacuándose a todos los vecinos que residían por aquellas calles.
Josefina con sus tres hijos y algo de ropa dejó la casa con todos sus muebles y
enseres, marchándose a vivir a casa de Carmen Gutiérrez de la Vega —la hermana
del tío Fernando—, en la calle Castellón, quien tuvo la generosidad de
admitirlos hasta principios del año 1937. Allí pasaron las Navidades del año
1936, con la mayor tristeza y austeridad, no solo por no saber nada de su
marido, sino porque además Madrid era una ciudad prácticamente sitiada, con
escasez de alimentos y de casi todo, presa del terror y la anarquía desatada
por el golpe de estado de los comunistas y anarquistas contra el propio
gobierno de la República.
La situación de Madrid era cada vez peor, la guerra
continuaba y la vida de Josefina era cada vez más insostenible por todo ello y
por no darle nadie noticias del paradero de su marido y los comentarios que
recibía eran cada vez más pesimistas pues se decía que los asesinatos y paseos
eran cada vez más incontrolados. Desesperada, decidió acudir a pedirle ayuda al
General Miaja, Jefe del estado Mayor del ejército de la República, pues Manuel
Hernando había estado destinado con él durante su estancia en Murcia.
No sé de qué manera llegó hasta la antesala del
despacho del General, en el ministerio de la guerra en la Plaza de Cibeles. En
la puerta un ordenanza y un capitán le prohibieron el paso, ella les contó lo
sucedido y les pidió llorando que les dejaran ver al General. Me imagino que,
jugándose la vida, la dejaron pasar o que, en un descuido, ella se coló en el
despacho del General al mando de todo el Ejercito de la República. Contaba Josefina
que el General estaba de espaldas viendo con otro militar unos planos que se
encontraban sobre la mesa y que, al darse cuenta de su presencia, se volvió
sorprendido, con gesto de extrañeza, preguntándole: «¿Quién es usted y qué hace
aquí?» Mi abuela se presentó y le recordó que su marido Manuel Hernando había
estado destinado con él en Murcia, al mismo tiempo que le contaba su
desesperada situación en Madrid, con tres hijos y sin saber nada de su marido, Miaja
le pregunto si militaba en algún partido político, sindicato u organización de
cualquier tipo. Josefina le respondió
que no, él hizo dos llamadas y con gesto serio le comunicó: «Yo no sé donde
está su marido, lo único que puedo hacer es darle un pasaporte o salvoconducto
militar para que pueda usted salir de Madrid y llegar a Cartagena con sus
padres». Josefina accedió, dándole las gracias, a lo que él le contestó: «Que
tenga usted suerte, todos la vamos a necesitar».
De esta forma salió de Madrid con lo puesto, y
tardó tres días en llegar a Cartagena, para refugiarse en la calle Medieras, en
la casa donde vivían sus padres y hermanos.
Durante el primer año de estancia en Cartagena, la
vida trascurrió con relativa tranquilidad, la casa estaba bajo la protección de
Pedro Prado Mendizábal, marido de su hermana Elisa, una autoridad en aquellos
momentos.
Los primos Alberto Jorge, Rosina y Eloísa, Manolo y
Salvador, jugaban juntos e iban todos al mismo colegio, estos últimos tenían
algunos problemas con un maestro que los intimidaba, los tachaba de fascistas,
llegando a expulsarlos del colegio hasta que alguien de la familia, o algún amigo,
le dejó algunas cosas claras, los volvieron a readmitir y a partir de aquel
momento no los molestaron más.
Como los bombardeos de Cartagena eran cada vez más
intensos y largos —uno duró hasta cinco horas— la familia decidió irse a vivir
al Barrio Peral, una zona en aquel entonces alejada del centro de Cartagena y
más tranquila, sin ningún peligro.
Al ser destinado Pedro Prado a Barcelona, la vida
de Josefina y sus hijos se volvió más insegura, los comunistas, los sindicatos
y la policía preguntaban cada vez más por ellos y los acusaban de fascistas y
espías. Hasta tal punto que su padre, Don Salvador Fernández, decidió mandarlos
a vivir a la casa de unos familiares en la Puebla de Don Fadrique, donde
pasaron el último año de la guerra relativamente escondidos.
Su padre y sus hermanas así como el resto de la
familia, siempre se preocuparon de ayudarles en todo lo humanamente posible
dentro de las dificultades que tenía en general, en un país que se encontraba
en los últimos meses de la Guerra Civil.
Hay cartas de toda la familia, así como envió de
paquetes, dirigidas a Josefina interesándose por ella y sus hijos, Lola, Carmen
y sus padres. En una de ellas Don Salvador Fernández le dice a su hija que no
coja ningún dinero de nadie, que él ya lo tiene todo pagado, y que ese dinero
es Republicano y no valdrá nada dentro de poco tiempo.
En esas circunstancias terminó la guerra y Josefina
volvió a Cartagena, a casa de sus padres. Posteriormente alquiló un tercer piso
en la calle Cuatro Santos nº 31, en un edificio cuya la fachada aún se conserva
porque el Ayuntamiento lo está rehabilitando.
Con el paso de los años en 1955 o 1960, no conozco
la fecha exacta, se demostró que Don Manuel Hernando Saiz, había sido asesinado
el 26 de noviembre en Paracuellos (existiendo numerosos testimonios y
declaraciones, dejó de ser «desaparecido») y se le reconoció a Josefina su
situación oficial, el estado civil de viuda, y se le otorgó la pensión correspondiente,
con lo que su vida cambio a mejor.
Esta biografía está sacada de la Hoja de Servicio
de mi abuelo, las cartas de la familia, así como de las historias contados por
mi abuela, mi madre y mis tíos.